A estas alturas, todas deberíamos saber, o intuir al menos, que el consumo es la gasolina que alimenta el motor capitalista, sistema injusto, que genera tremendas desigualdades sociales, e insostenible, puesto que requiere un crecimiento continuo e infinito para su supervivencia.
El actual modelo de desarrollo, por un lado, incita a la parte pudiente de la población a un consumo desaforado dentro de una sociedad individualista y materialista, que no contribuye para nada a su felicidad; por otro lado, somete a la parte menos pudiente, explotándola y empobreciéndola cada vez más, para poder satisfacer las necesidades de los primeros. Todo ello bajo el control de los grandes poderes económicos (multinacionales y estados), con la inestimable colaboración de gobernantes corruptos y cómplices, interesados todos ellos en el mantenimiento del sistema. Como resultado de esta espiral consumista se lleva al planeta a una situación insostenible de alteración de equilibrios medioambientales y de destrucción de recursos naturales, debido al empleo de técnicas poco respetuosas con el medio ambiente y de tácticas poco éticas y nauseabundas, como las guerras.
Para fomentar el consumo, el sistema capitalista dispone de tres herramientas fundamentales: la publicidad, el crédito y la obsolescencia programada, mecanismos de engaño cuyo único fin es el propio mantenimiento del sistema.
Las campañas publicitarias logran confundirnos y crean necesidades artificiales donde no las hay. A través del crédito, logramos acceder a muchos bienes de consumo innecesarios y “a priori” inaccesibles. Finalmente, gracias a la obsolescencia programada, se cierra el círculo y se reinicia todo el proceso al tener que volver a adquirir los mismos productos cíclicamente, ante la ausencia de políticas que fomenten la reutilización o reparación de los mismos. Un sinsentido.
Este “círculo vicioso” se puede romper. ¿Cómo? Convirtiéndonos en consumidores responsables en nuestro día a día, siendo conscientes de nuestras necesidades reales. Somos muchos y, juntos, tenemos tal poder de influencia que podríamos cambiar el sistema a nuestro antojo.
Con pequeños gestos podemos contribuir a reducir nuestra huella ecológica y cambiar el modelo de desarrollo que se nos impone. El planeta finito en el que vivimos nos lo exige. Es sencillo, barato, cómodo y sostenible: optar por los productos de temporada, comprar en comercios locales evitando el uso del coche y fomentando el empleo local, adquirir productos a granel o con el mínimo embalaje posible, emplear carros para la compra… en definitiva, practicar la economía del bien común. También podemos formar parte de multitud de iniciativas participativas ciudadanas que pretenden “gripar” el motor capitalista: cooperativas de consumo y generación de energía renovable, cooperativas de crédito (banca ética), asociaciones de consumidores de productos ecológicos y locales, tiendas de comercio justo o de artículos de segunda mano, etc., etc., etc.
Pues lo dicho, desde EQUO Gipuzkoa os animamos a poneros manos a la obra. El tiempo juega en contra y nuestras hijas nos lo agradecerán.
Monika Monteagudo
Co-portavoz de Equo Gipuzkoa