A la estación de autobuses de Vitoria-Gasteiz le persigue una maldición. Han pasado años y todavía a día de hoy, no está claro cuál será su futuro, con unas instalaciones en precario y mucho dinero perdido por el camino. Ya desde tiempos del alcalde José Ángel Cuerda (PNV) se intentó levantar un edificio nuevo en su anterior emplazamiento de la calle Francia, con un ambicioso proyecto que prometía un gran centro comercial, viviendas y parkings, pero que al final dejó un gran agujero físico y económico. Al final, el Consistorio tuvo que indemnizar a los afectados con más de 2,2 millones de euros, tapando así sus vergüenzas con el museo de Arte Contemporáneo Artium y trasladando la estación a una ubicación provisional que lleva funcionando más de 15 años.
Ahora se recupera el proyecto por enésima vez, con el intento de llevarlo a otro agujero, el de la Plaza Euskaltzaindia. El nuevo alcalde Javier Maroto (PP) paralizó hace unos meses la construcción del Auditorio Bai Center, impulsado por su predecesor del PSE con la intención de construir allí la estación, con lo que supone de gastos extras por indemnización. Sin embargo parte de la oposición pide que se paralice el proyecto porque “supone un sobrecoste económico, incumple el Plan General y cuenta con la oposición vecinal”.
Somos muchos los que pensamos que los políticos toman las decisiones tan importantes muy a la ligera, sin tener en cuenta los costes que suponen y que al final tenemos que pagar entre todos. Los ejemplos más claros se producen cuando hay cambios de gobiernos y se paralizan proyectos aprobados por sus antecesores. Un caso flagrante fue la falla de Celedón que el primer edil Alfonso Alonso (PP) quiso plantar en las Fiestas de La Blanca del año 2007 y que canceló Patxi Lazcoz (PSE) nada más llegar a la alcaldía. Se tuvo que indemnizar con 22.800 euros al taller valenciano encargado de su creación.
Y por si esto fuera poco tenemos el mal denominado “multiusos” que se vendió como una plaza de toros preparada para acoger todo tipo de actividades y que se ha convertido en un saco sin fondo del que hay que gastar cantidades ingentes de dinero para adaptarlo a las necesidades de todas aquellas actividades que no sean las taurinas.
Foto: purpleslog (Flickr)